Rey Midas
Antes de poner su mano sobre la mujer y condenarla así a la dorada y eterna inmovilidad, el rey le pidió que se desvistiera, que se sentara al borde de la cama, cruzara sus piernas infinitas y, ya desnuda y con los ojos cerrados, dispusiera sus más cálidos labios de amante. Fue entonces cuando la besó para siempre.
José María Gómez Valero
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